
Valdepares, pueblo de mi bisabuela Rosa
Es una soleada mañana de domingo. En Casa Rego, mi alojamiento en Valdepares, me indican como ir hacia el cementerio. Me alejo de la carretera principal y tomo un camino empedrado. Camino unos pocos metros y de repente veo, a la derecha, entre los árboles, la parte superior de una iglesia. Un sexto sentido me indica que esta es “LA” iglesia de Valdepares, donde bautizaron a mi bisabuela, y me largo a llorar. Estoy en la tierra que habitaron Rosa Gayol, sus padres, o sea mis tatarabuelos, y también sus abuelos, hace más de un siglo, y saberlo me inunda de emoción. Al ver a lo lejos el cementerio y el mar Cantábrico, vuelvo a estallar en llanto.

Por la tarde conozco a Manolo, mi pariente de Valdepares, (su abuela era hermana de mi bisabuela) y a su mujer, Concepción. Ambos se deshacen en atenciones. Ella entiende que me costaría llamarla por su apodo tan español, Concha o Conchita, y sugiere que entonces la llame por su nombre. Manolo tiene un aire a papá, solo que con los ojos claros y con las cejas más gruesas y tupidas que vi en mi vida. A lo largo de dos días me convidan con chuletas, chorizos caseros, huevos de sus propias gallinas, guiso de vainas (como chauchas pero de color amarillo), y flan casero, y me llevan a pasear por los alrededores. Gracias a ellos conozco Rivadeo, Tapia de Casariego, Viavelez y Navia. Me enamoro de los paisajes asturianos, en cierto punto hasta me empalagan: demasiado verde, demasiado cielo para mí, que soy “un bicho de ciudad”, como dicen los Piojos en ese tema musical. Pero nunca demasiado mar, ¡eso sí que no! Me reservo lo mejor para el día siguiente: ir caminando desde Valdepares hasta un pueblo vecino, Campos, donde vive otro familiar lejano, Efrén, a quien hace un par de años contacté por teléfono gracias a la ayuda de Rubén, un amigo virtual de Salave a quien conocí a través de un grupo de Facebook.
Dos piezas de granito y un prado con historia.
Camino de regreso a Valdepares por la carretera rodeada por una abundante vegetación, rocas, y antiguas casas de piedra en diferente estado de conservación. En una de las curvas me encuentro sin previo aviso con una bellísima vista de una playa y el mar. Es él, es el mismo mar azul con sus rocas cubiertas de verde, el mismo de la foto que cuando empecé a planificar mi viaje puse en mi página de Facebook para no olvidarme de mi meta, mi objetivo, mi sueño. Un río, varios botes y una bandada de gaviotas completan el paisaje. Tengo que acercarme, tengo que bajar. Salgo de la carretera, sigo un camino en bajada, casi corriendo lo recorro, y entre surcos cada vez mas angostos entre el pasto me acerco al río buscando una manera de llegar hasta el mar, pero la vegetación cada vez más alta y salvaje me lo impide. No logro ver el suelo que piso, estoy con zapatillas y una mini de jean y termino con las polainas llenas de abrojos. Cuando me doy cuenta me sangran las piernas por varios raspones.
Un último adiós a mis nuevos “pagos”, los asturianos
No quería irme de Asturias sin volver una vez más a Valdepares, a Salave y a esa playa pequeña y pedregosa de Porcía adonde el mar Cantábrico y yo nos encontramos por primera vez. El día anterior llovió mañana, tarde y noche y eso hizo que estuviera a punto de renunciar a mis planes. Testaruda como soy, preferí pagar una noche más en un hostal de Oviedo y decidir por la mañana según como se diera el clima. No tuve que arrepentirme: el domingo amaneció sin lluvias y como si esto fuera poco pronto salió el sol, quizás un regalo desde el más allá de parte de mis ancestros para permitirme visitar una vez más sus pagos. Tomo el autobús Alsa a media mañana y dos horas y media después bajo en Valdepares. La iglesia de San Bartolomé esta vez está abierta, así que puedo sentarme un par de minutos y tomar una foto del interior. Camino hasta el cementerio sin entrar en él, y desde ahí tomo el camino que me conduce hacia el mirador del Cabo Blanco. Y allí, entre acantilados, rocas y desniveles, me vuelve a sorprender el Cantábrico.
La belleza del paisaje me supera, no puedo evitar estallar en exclamaciones de asombro, le hablo a ese mar azul, salvaje e increíble como una enamorada, le susurro “Hola amor, hermoso, bello…”, mientras los ojos se me llenan de lágrimas. Decido llegar a Salave bordeando la costa en vez de ir por la carretera principal, y lo hago deteniéndome cada vez que el camino lo permite para asomarme al abismo rocoso que me separa del mar y para tomar decenas de fotos. Luego de kilómetros de rocas y curvas llego a la playa de Porcía, me detengo a tomar unos tragos de agua fresca de la ducha del mirador y bajo los escalones de piedra. Desde este lugar no hay playa, la escalera termina directamente en el mar. Me saco las zapatillas y las medias, me arremango el pantalón y dejo que el agua fría toque mis pies parada sobre el último escalón. No se oye nada más que al mar y a las gaviotas. Minutos después uelvo a subir, tomo unos tragos más de agua, me cruzo con tres personas (las únicas que andaban por allí), y bajo por el otro lado, a la misma playa donde estuve la semana anterior, esta vez reducida a unos pocos metros de arena por la crecida del mar. A pesar de la tarde soleada no hay nadie en ella. Me saco la remera y el pantalón: debajo, previsora, llevaba mi bikini negra. Chapoteo feliz entre las olas, fotografío el horizonte, la espuma marina, las rocas, las gaviotas, filmo el paisaje para llevarme de recuerdo el rugido del mar. Hasta que me digo a mi misma: “basta de tomar retratos”, ya que mi afán de atesorar imágenes y de filmar me está impidiendo relajarme y disfrutar de verdad.
Hago a un lado la cámara, el celular y hasta el reloj y los pongo a resguardo del agua para dejar que el Cantábrico acaricie mis tobillos y mis rodillas y me hable, y lo hace: me cuenta de atardeceres en los que mis ancestros, los Pérez de Presno, los Méndez Jarén, los Fernández de la Vega, los Sanchez de Ron, los Gayol y los Fernández Acevedo contemplaron este mismo azul, estas rocas, se bañaron en estas mismas aguas, soñaron aquí mismo, y que incluso los más osados y enamorados, hicieron el amor en esta misma playa. Sentada en la arena y sin otra compañía que la de aquellos antepasados, me animo a hacer el primer topless de mi vida y me saco el corpiño, una experiencia nueva y liberadora que no dura más de un par de minutos. Chapoteo un pocos más, y me despido por fin del mar diciéndole en voz alta que nunca lo voy a olvidar.
Me visto y retomo el camino. Llegando a Campos una vieja carreta que reposa en un depósito con aspecto de estar en desuso me llama la atención y le tomo una foto. Enseguida me sorprendo ya que me doy cuenta de que estoy en la parte posterior de la casa de Efrén, donde está el cantero con las dos piezas de granito, ultimo vestigio de la casa de la Venta.
“Qué mejor lugar para sentarme a descansar que sobre ellas”, me digo sonriendo. Lo hago y vuelvo a sonreír, mi trasero argentino reposa sobre los restos de la casa de mis antepasados asturianos, todo un honor para mí y una falta de respeto hacia ellos. Saco un par de fotos y se asoma a unos metros una mujer mayor, la saludo con la mano y me voy. Camino hasta la iglesia, sigo hasta el cementerio, lo recorro de punta a punta y tomo fotos de las lápidas con información que me pueda interesar. Se me ocurre pensar qué pasaría si alguien cerrara la puerta sin saber que estoy dentro y quedara encerrada allí, con una galletita de chocolate por toda provisión y sin crédito en el celular para pedir auxilio. Agradecimientos: a Manolo y Concepción de Valdepares por su hospitalidad, a Rubén de Salave y a su esposa Cristina por la invitación a almorzar, el paseo y la llamada de cumpleaños, a Efrén de Campos por recibirme y acompañarme en mi primer día de recorrida por Salave, a la gente del grupo de Facebook de "Valdepares, lugar de encuentro" quienes me ayudaron a localizar a los descendientes de los Gayol, a Vicente (otro familiar, ya que nuestros tatarabuelos F.A. eran hermanos) y a su esposa Ana, de Gijón, quienes merecerían un párrafo aparte por la riquísima fabada asturiana a la que me invitaron y por compartir su interés genealógico y sus datos conmigo, a José Antonio, de Oviedo, un amor de persona, quien también merecería otro párrafo por su invalorable ayuda a la hora de buscar datos de bautismos y casamientos en el archivo diocesano, a Nano, mi compañero, por su apoyo y contención a la hora de encarar este viaje, a mis padres, y a cada una de las personas que aportaron su granito de arena para que fuera posible cumplir este sueño. Gracias y mil veces gracias.
Comentarios recibidos:
Para Aurelia y todos los F.A.:
Qué hermosa tu experiencia en Asturias y qué bien
relatada! Recuerdo que mi abuela Julia Fernández de Fernández Acevedo contaba y
nombraba la casa de la Venta de Salave. qué
suerte que has podido hacer ese recorrido. Cariños a todos, Isabel F.A.
(Rosario)
Mi muy querida Aurelia. Muy bueno, muy emocionante, muy bien
escrito, tu singular relato de esa experiencia epifánica de recorrer las
tierras de los ancestros. Para mi, y en esto me acompañó Pedro, mi
marido, fue una escritura reveladora, algo que nos conmovió
profundamente. Muchas, muchas gracias por compartir con todos nosotros,
la tribu de los Fernández Acevedo, la maravillosa visita a esas tierras.
Realmente tus investigaciones genealógicas
son de una profundidad increíble. Y cómo nos hace reflexionar todo esto.
Pensar en estas generaciones que nos precedieron y cuyas vidas , de
alguna manera, sentimos tan cercanas.
Tantas
veces miramos ese árbol genealógico. Entonces parecía sólo un viejo
registro, enigmático, y ahora se ha llenado de sentido, de
significados.
Te agradezco de nuevo que
puedas transmitir esa experiencia. Ahora, con tu relato y el de Carlos
F.A., ya tenemos algo para recuperar nuestros recuerdos de viejos
cuentos escuchados en casa.
Un gran beso. Y un gran beso para toda la familia Fernández Acevedo. Ojalá pronto se cumpla esto de un encuentro .
Yolanda F.A. (Salta)
Con tu relato de lo que viviste haciendo realidad tu sueño y el de
muchos, me hiciste sentir nuevamente en esas tierras. Espectacular tu
forma de escribir y transmitir, Te felicito!
Isabel (Tucumán)
Que linda experiencia Aurelita, como estamos organizando un viaje a
españa me meti en el blog hace unos dias y me encantó!!! me hiciste
vivir esos lugares como si yo tambien estuviera!!!!!! (...). Realmente has hecho un relevamiento familiar
buenisimo!!!!! historico y actual... besos Esmilda F A (Sta Rosa, La Pampa)
Ya he leido todo tu diario por España y sobre todo por Asturias.Es muy emotivo. Se te ve que mereció la pena tanta espera.Aunque espero que esta no sea la última vez que vengas por este bello lugar.
Rubén (Salave, Asturias, España)
Cuántas experiencias, recuerdos y lazos que se hacen carne y nada mas y nada menos que en la piel de la misma persona que un día comenzó a diagramar su árbol genealógico y años después ese árbol se convirtió en una hermosa realidad al pisar el mismo suelo que aquellos antepasados familiares mas directos y mas remotos habitaron en algún momento de la vida. Hermoso relato, emocionante, sentí a Manolo, a Conchita como mis propios familiares y los recibí en mi mundo virtual con gran emoción. Felicidad que hayas podido ver y sentir aquellos lugares que forman parte de tu historia! Rodrigo Machado (amigo)
Ya he leido todo tu diario por España y sobre todo por Asturias.Es muy emotivo. Se te ve que mereció la pena tanta espera.Aunque espero que esta no sea la última vez que vengas por este bello lugar.
Rubén (Salave, Asturias, España)
Cuántas experiencias, recuerdos y lazos que se hacen carne y nada mas y nada menos que en la piel de la misma persona que un día comenzó a diagramar su árbol genealógico y años después ese árbol se convirtió en una hermosa realidad al pisar el mismo suelo que aquellos antepasados familiares mas directos y mas remotos habitaron en algún momento de la vida. Hermoso relato, emocionante, sentí a Manolo, a Conchita como mis propios familiares y los recibí en mi mundo virtual con gran emoción. Felicidad que hayas podido ver y sentir aquellos lugares que forman parte de tu historia! Rodrigo Machado (amigo)
Hola Aurelia:
Leí tu
relato con sumo placer porque escribís muy bien y con el alma, tanto
que me hiciste revivir emociones propias que también sentí al pisar el
terruño de nuestros ancestros y conocer a nuestros parientes lejanos y
viejitos que tenemos allá. Me alegro mucho que hayas podido cumplir el
sueño, que veo, te acompaña desde siempre. Leí tu relato varias veces,
disfrutando todos y cada uno de los pequeños detalles que fuiste
apuntando con espíritu agudo, introduciendo de vez en cuando un toque de
humor. Gracias por hacerme revivir mi propia experiencia.
Te hago llegar un fuerte abrazo y un cordial saludo para tus padres y tu hijo.
Afectuosamente
Carlos F.A. (Córdoba)

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